Fue gracias al niño que se dejó inyectar. A finales del siglo XVIII, la viruela, una enfermedad contagiosa y mortal, caracterizada por la aparición de graves lesiones cutáneas, lo cual causaba miles de victimas en Europa y América, y no había forma efectiva de controlarla.
Sin embargo, el naturalista inglés Edgard Jenner (1749-1823) ideó un modo de prevenir su acelerada expansión. Cuenta la leyenda que durante su visita a una granja, conversó con una joven dedicada a ordeñar vacas, quien le dijo: “Yo no voy a enfermarme nunca porque estoy vacunada”. En efecto, muchas personas dedicadas a la ordeña había contraido la llamada viruela vacuna, una forma atenuada al mal que les impedía contagiarse del padecimiento mayor. Con esto Jenner dedujo que inocular a una persona sana con viruela vacuna la volería inmune contra la terrible epidemia. Ahora se trataba de realizar un experimento para comprobarlo.
Asi el 14 de mayo de 1796 extrajo pus de una lesión que presentaba Sarah Nelmes, ordeñadora que se había contagiado de viruela vacuna, e inoculó (mediante una inyección en le brazo) al niño James Phipps (1788-1853), hijo de un humilde labrador. El investigador llevó el reporte detallado de su evolución: “Al séptimo día, se quejó de molestias en la axila. Al noveno sintió escalofrío, perdió el apetito y sufrió un ligero dolor de cabeza, pero al décimo estaba perfectamente bien”. En julio siguiente inoculó con viruela humana y el pequeño no enfermó.
Los científicos de la época dudaron del hallazgo de Jenner y consideraron que su procedimiento era inseguro. Para poner fin a esos temores el científico realizó el mismo experimento con su propio hijo. Éste y James Phipps se desarrollaron normales y sanos como pruebas vivas del hallazgo de Jenner. Aparte del control de la viruela, estos experimentos fueron cruciales para descubrir la práctica de la vacunación.
Fuente: Muy Interesante